Escher app

(basado en el poema El cuervo, de Edgar Allan Poe)

En un atardecer de abril lluvioso
mientras tuits repasaba quejumbroso,
un golpe creí escuchar.
Afiné el oído, alertado,
depositando el móvil a mi lado:
“Es el viento, y nada más”.

Volví al aquelarre de las redes,
volátil puñado de caracteres
que suele hacerme enfadar,
y la pantalla cambió en un instante
para Play Store mostrarme desafiante:
“Sólo apps, y nada más”.



Una escena de iconos colorida
se abrió ante mi mirada inquisitiva.
Entonces, no pude ignorar
aquella aplicación que me atraía
y que constantemente me decía:
“Instálame, y nada más”.

Escher app se llama la aplicación.
No me resistí y apreté el botón
esperando maravillas.
El móvil brilló con luz hechizante
y tembló de modo desconcertante,
tornándose en pesadilla.

En la puerta un sonido asordinado
me hizo respingar sobresaltado.
Cuando se abrió de par en par,
las baldosas que miraba perplejo
adoptaron la forma de un cangrejo:
“No, es un sueño y nada más”.



Asustado, hui hacia el pasillo
e incrédulo, llegué al descansillo
para bajar la escalera.
Volé por los escalones sin viso
de estar abandonando el mismo piso:
Atrapado en mi leonera.



La casa tembló desde los cimientos.
“¡Terremoto!”, grité ante el movimiento,
y regresé a mi cuarto.
Vi moverse algo y palidecí.
Adquirieron volumen ante mí
bidimensionales lagartos.



Los pilares se trenzan por momentos,
ya no sé lo que es fuera y dentro
de este bucle delirante.
Gansos blancos y negros sobrevuelan,
paredes y techos se desnivelan
en geometrías errantes.





Grito “¡Jumanji!” y como si nada.
El agua cae sobre mí en cascada
y retorna a la bañera.
Debo huir de esta casa a la deriva
o morir de ataque de perspectiva.
Salir de esta ratonera.



Me acerco reptando hasta el terminal
presumiendo próximo mi final.
“El smartphone, mi salvación”.
El móvil saca una foto en el acto,
mi yo plano viaja por mis contactos.
Ya voy camino de Japón.

En Tokio alguien recibe mi foto.
Está en la calle y hay alboroto,
en casa la podrá mirar
cuando esa tarde de un abril lluvioso,
mientras tuits repase quejumbroso,
un golpe crea escuchar.

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