El secreto de Beloúsov

Boris Beloúsov se frota las manos impaciente mientras camina arriba y abajo por el pasillo de su casa. En el comedor la mesa está dispuesta para recibir a Simon Shnoll, un biofísico como él. Mira el reloj y deduce que no debe tardar dada su acostumbrada puntualidad, así que se dirige a su laboratorio del sótano en busca de un recipiente cilíndrico de vidrio que contiene un líquido de intenso color rojo. Mientras deposita el recipiente en la mesa donde cenará con su invitado, suena el timbre. Todo está a punto.

Simon saluda afablemente a su anfitrión. Lo conoce bien e intuye que la velada traerá sorpresas y no tardarán en aparecer. Ambos se sientan a la mesa y Boris destapa la sopera para comenzar a servir. A Simon no le pasa desapercibido el cilindro de fluido rojizo, pero sus palabras van dirigidas a elogiar la deliciosa sopa Borsch que está degustando. La conversación va y viene sobre temas menores de su trabajo, a la vez que comienzan a dar buena cuenta del segundo plato, trucha con salsa smetana. Simon no puede evitar lanzar miradas furtivas al enigmático recipiente.

Finalmente, Boris se dirige a la cocina y regresa con una bandeja. En ella, dos tazas de café y un matraz con una solución de color amarillo. Simon no va a perder detalle de lo que vendrá a continuación al comprobar que Boris vierte el líquido amarillo en el recipiente que los ha acompañado durante la cena. Toma asiento, da un sorbo al café y Simon le apremia.

— ¿Y bien? ¿Cuánto tiempo más necesitas para contarme de qué se trata?

Boris le mantiene la mirada durante unos segundos y hace una inspiración profunda.

— Simon, sólo puedo confiarte a ti un descubrimiento como este —afirma con solemnidad mientras señala al cilindro con líquido rojo—. La casualidad ha querido que me topara con una disolución capaz de reaccionar al estado de ánimo de una persona.

El comensal tomó la taza de café tratando de esconder tras ella su cara de perplejidad. Boris prosiguió.

— ¡Nadie de mi entorno está preparado para un hallazgo semejante! ¡Ni los editores de las revistas, ni mis propios colegas del Instituto de Biofísica! —replicó con rotunda indignación. Al instante, el líquido del cilindro viró a un hermoso color azul—. No obstante —siguió diciendo dulcificando el tono—, tampoco puedo culparles. El fenómeno parece violar incluso las leyes de la Termodinámica.

En cuanto terminó su frase, el líquido volvió a mostrar el color rojo original ante un invitado boquiabierto.

— Pero, esto es… —balbuceó Simon sin reponerse del asombro.

— Lo sé, estás sin palabras. Pero tienes que prometerme que nada de esto trascenderá hasta tenerlo todo bien atado. ¡No puedo permitir que esos mentecatos tengan motivos para ponerme en ridículo! ¡Has de prometerlo! —le requería airadamente Boris cuando el líquido se volvió azul de nuevo.



— Descuida, amigo mío. Mis labios están sellados. Pero en virtud de la discreción que me pides, no permitirás que me marche esta noche sin que me desveles algún detalle.

— ¡Por supuesto! Soy consciente de que no conseguirías conciliar el sueño, y no puedo hacerle tal cosa a un buen colega —respondió Boris de manera burlona, y el color rojo retornó al recipiente. Entonces apuró su café, extrajo con la taza un poco del líquido rojo y lo vertió sobre un plato que puso ante su invitado. A los pocos segundos comenzaron a formarse frentes de ondas azules sobre el fondo sanguíneo.



— Verdaderamente, es un fenómeno fascinante —dijo Simon con manifiesta admiración.

— Tu estado de ánimo es algo ambiguo— añadió Boris—, por eso la reacción está intentando sondearte con esas ondas.

Ambos se miraron y estallaron en sonoras carcajadas.

— Debo admitir que tu puesta en escena ha sido impresionante. El reactivo amarillo que añadiste en el último momento…

— Sulfato de cerio —le interrumpió Boris—. Este humilde lantánido cumple un doble papel, hace de catalizador y es el responsable del cambio de color.

— A propósito de los cambios de color, has conseguido sincronizarlos a la perfección con los tiempos de conversación. Exige mucho control sobre las concentraciones de los reactivos para dar ese efecto tan convincente.

— Una representación que satisfaga al público siempre requiere muchos ensayos —dijo Boris con cierta teatralidad.

— Pues tengo a la persona adecuada para investigar esta reacción oscilante. Pienso que Anatoli Zhabotinsky, un estudiante a punto de hacer su tesis, estará encantado de trabajar en ella. Le haré la propuesta pero con una condición.

— Tú dirás, Simon.

— Invítanos a cenar a ambos y preséntale la reacción —le pidió Simon apelando a su complicidad—. No quiero perderme su expresión cuando, por un momento, sospeche que has podido condensar a Jekyll y Hyde en un tubo de ensayo.

— ¡Eso está hecho, querido amigo!

Mientras ambos terminan la conversación y se despiden, la reacción ha alcanzado su equilibrio. La representación ha terminado y la disolución rojiza ha cambiado de disfraz por última vez. La reacción de Beloúsov está preparada para darse a conocer.


Esta entrada participa en el blog de narrativa científica Café Hypatia con el tema #PVserendipia


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